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miércoles, 18 de febrero de 2015

LOA DE LA DUDA. Bertolt Brecht


LOA DE LA DUDA
(Bertolt Brecht)
Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis serenamente y con respeto
a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa.
Quisiera que fueseis avisados y no dierais vuestra palabra demasiado 
confiadamente.
Leed la historia. Ved a ejércitos invencibles en fuga enloquecida.
Por todas partes se derrumban fortalezas indestructibles,
y de aquella Armada innumerable al zarpar podían contarse
las naves que volvieron.
Así fue como un hombre ascendió un día a la cima inaccesible,
y un barco logró llegar al confín del mar infinito.
¡Oh hermoso gesto de sacudir la cabeza ante la indiscutible verdad!
¡Oh valeroso médico que cura al enfermo ya desahuciado!
Pero la más hermosa de todas las dudas, es cuando los débiles y 
desalentados levantan su cabeza y dejan de creer
en la fuerza de sus opresores.
¡Cuánto esfuerzo hasta alcanzar el principio!
¡Cuántas víctimas costó!
¡Qué difícil fue ver que aquello era así y no de otra forma!
Suspirando de alivio, un hombre lo escribió un día en el libro del saber.
Quizá siga escrito en él mucho tiempo y generación tras generación
de él se alimenten juzgándolo eterna verdad.
Quizá los sabios desprecien a quien no lo conozca.
Pero puede ocurrir que surja una sospecha, que nuevas experiencias
hagan conmoverse al principio. Que la duda se despierte.
Y que, otro día, un hombre, gravemente, tache el principio del libro del 
saber. Instruido por impacientes maestros, el pobre oye que es éste
el mejor de los mundos, y que la gotera del techo de su cuarto fue 
prevista por Dios en persona.
Verdaderamente, le es difícil dudar de este mundo.
Bañado en sudor, se curva el hombre construyendo la casa
en que no ha de vivir.
Pero también suda a mares el hombre que construye su
propia casa.
Son los irreflexivos los que nunca dudan.
Su digestión es espléndida, su juicio infalible.
No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. Si llega el caso,
son los hechos los que tienen que creer en ellos. Tienen ilimitada 
paciencia consigo mismos. Los argumentos los escuchan con oídos de espía.
Frente a los irreflexivos, que nunca dudan, están los reflexivos, que nunca actúan.
No dudan para llegar a la decisión, sino para eludir la decisión. Las cabezas
sólo las utilizan para sacudirlas. Con aire grave advierten contra el agua a 
los pasajeros de naves hundiéndose.
Bajo el hacha del asesino, se preguntan si acaso el asesino no es un hombre 
también.
Tras observar, refunfuñando, que el asunto no está del todo claro, se van a 
la cama.
Su actividad consiste en vacilar.
Su frase favorita es: «No está listo para sentencia.»
Por eso, si alabáis la duda, no alabéis, naturalmente, la duda que es 
desesperación.
¿De qué le sirve poder dudar a quien no puede decidirse?
Puede actuar equivocadamente quien se contente con razones demasiado 
escasas, pero quedará inactivo ante el peligro quien necesite demasiadas.
Tú, que eres un dirigente, no olvides que lo eres porque has dudado de los 
dirigentes.
Permite, por lo tanto, a los dirigidos dudar.

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