Los verdaderos milagros
Este es un diálogo que se dio entre tres personas que iban caminando por un sendero del bosque. Ellos eran: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y escuchándolos iba un joven, alumno del maestro sabio.
Poderoso: me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa, que hasta llegas a hacer milagros.
Sabio: soy una persona vieja y cansada…¿Cómo crees que puedo hacer milagros?
Poderoso: pero me han dicho que haces ver a los ciegos, vuelves cuerdos a los locos… sólo alguien muy poderoso puede hacer esos milagros.
Sabio: ¿ te referías a eso?. Tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso… no un anciano como yo; esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o el ciego, todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
Poderoso: yo quiero tener tener la misma fe para poder hacer los milagros que tú haces… muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
Sabio: esta mañana ¿volvió a salir el sol?.
Poderoso: sí, claro que sí…
Sabio: pues ahí tienes un milagro…el milagro de la Luz…
Poderoso: no, yo quiero ver un verdadero milagro: oculta el sol, saca agua de una piedra… mira, hay un conejo herido en el sendero, tócalo y sana sus heridas!
Sabio: ¿Quieres un verdadero milagro? ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace unos días?
Poderoso: sí, fue varón y es mi primogénito.
Sabio: ahí tienes el segundo milagro: el milagro de la vida!
Poderoso: sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro…
Sabio: ¿acaso no estamos en época de cosechas? ¿no hay trigo y sorgo donde antes había sólo tierra?
Poderoso: sí, igual que todos los años…Creo que no me he explicado bien… lo que yo quiero…
Sabio: sí, sí, te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti, lamento desilusionarte, no puedo hacer nada más!
Dicho esto, el terrateniente se retiró desilusionado por no encontrar lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda; cuando ya el poderoso terrateniente se había alejado demasiado, el sabio se dirigió a la orilla del sendero, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado y le dijo a su maestro: -maestro, te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero? ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo? Y el sabio le contestó:
-Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y él no pudo verlos… para ser rey, primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… No puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido.
Este es un diálogo que se dio entre tres personas que iban caminando por un sendero del bosque. Ellos eran: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y escuchándolos iba un joven, alumno del maestro sabio.
Poderoso: me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa, que hasta llegas a hacer milagros.
Sabio: soy una persona vieja y cansada…¿Cómo crees que puedo hacer milagros?
Poderoso: pero me han dicho que haces ver a los ciegos, vuelves cuerdos a los locos… sólo alguien muy poderoso puede hacer esos milagros.
Sabio: ¿ te referías a eso?. Tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso… no un anciano como yo; esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o el ciego, todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
Poderoso: yo quiero tener tener la misma fe para poder hacer los milagros que tú haces… muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
Sabio: esta mañana ¿volvió a salir el sol?.
Poderoso: sí, claro que sí…
Sabio: pues ahí tienes un milagro…el milagro de la Luz…
Poderoso: no, yo quiero ver un verdadero milagro: oculta el sol, saca agua de una piedra… mira, hay un conejo herido en el sendero, tócalo y sana sus heridas!
Sabio: ¿Quieres un verdadero milagro? ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace unos días?
Poderoso: sí, fue varón y es mi primogénito.
Sabio: ahí tienes el segundo milagro: el milagro de la vida!
Poderoso: sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro…
Sabio: ¿acaso no estamos en época de cosechas? ¿no hay trigo y sorgo donde antes había sólo tierra?
Poderoso: sí, igual que todos los años…Creo que no me he explicado bien… lo que yo quiero…
Sabio: sí, sí, te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti, lamento desilusionarte, no puedo hacer nada más!
Dicho esto, el terrateniente se retiró desilusionado por no encontrar lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda; cuando ya el poderoso terrateniente se había alejado demasiado, el sabio se dirigió a la orilla del sendero, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado y le dijo a su maestro: -maestro, te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero? ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo? Y el sabio le contestó:
-Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y él no pudo verlos… para ser rey, primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… No puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido.
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